“Si hubiésemos jugado cinco minutos mas, ganábamos ese juego”. Fue una cita de Miguel “El Pochito” Echenausi para el libro ‘Gol de Venezuela’, de Edgardo Broner, y que probablemente nadie escuchó por radio o televisión. Solo tiempo después de aquel memorable partido de la Vinotinto, quienes llegaron a tener el libro del maestro Broner supieron recrear en su mente, con esa frase, los otros cinco minutos que nos hubiesen dado una victoria. En eso me la pasé yo como unos cuatro meses, imaginando que tras el empate 2-2 contra Uruguay, ese triunfo 3-4 contra Estados Unidos nos habría clasificado a la siguiente fase.
Aquel día de 1993, la selección de Venezuela, que no vestía ni remotamente algo parecido a un uniforme vinotinto, se había armado de valor para sacar, no estamos seguros de dónde, el coraje, el arresto y la fuerza para voltear un juego que parecía encaminado a convertirse en una humillación más en el cartel de resultados de nuestro fútbol. Y es que al minuto 65 perdíamos 3-0.
A los 20 minutos, en una de esas características metidas de pata criolla, producto de un saque lateral, el balón terminó en un remate dentro del área que fue gol. Una jugada grotesca, infantil, que sería solo superada por el 2-0 que anotaría USA antes del final del primer tiempo, cuando una pelota que no entró fue sentenciada como gol. Pesaba aquí quizá el hecho de que los norteamericanos estaban prestos a cumplir en el 94 su papel de anfitriones de una Copa del Mundo y Venezuela… pues eso, era solo Venezuela. Recuerdo la rabia contenida, la frustración por semejante robo, pues aunque no jugábamos del todo bien, Venezuela parecía encaminado a lograr un mejor resultado y ese injusto gol fabricado por el árbitro era una maldición.
A los 52, otra jugada simple sin defensa ponía a USA 3-0. Lapidario. Recuerdo haber visto el juego por Venezolana de Televisión, o Venevisión, no estoy seguro del canal, y simplemente daba rabia escuchar los comentarios. Ya sin haber tirado la toalla, porque yo siempre me he calado los juegos hasta el final (aunque hubo uno en el que renuncié), seguí viendo mi partido.
A los 65, Dolgetta bajó con maestría un pase cruzado y puso el 3-1. El grito contenido explotó. Luego con otra jugada de calidad, el 3-2 de Dolgetta encaminaba el partido por un carril distinto, al menos para borrar la humillación. El pase fue de Stalin Rivas, quien fue expulsado al 81. Recuerdo haber lanzado tres o cuatro groserías, porque mientras mejor se jugaba, venía Rivas con su temperamento y se hacia expulsar. Stalin fue expulsado por darle un golpe leve en el cuello a Caliguri, quien le había hecho falta previamente.
Sobre el final, cuando se jugaba el tiempo de descuento, Venezuela, que se venía encima desde hacía unos seis minutos, recuerdo que empujaba. Estaba viendo la tele con ganas de meterme en ella, de dar ese empujón, y cuando «El Pochito” marcó ese empate, el mundo se venía abajo. Cuántos calificativos no lancé, cuánta energía no descargué, porque logramos ese empate. Al final no sirvió de mucho, pero no se me olvida la satisfacción del día siguiente al ver la prensa y la esperanza que se abrió de clasificar si se daban otros resultados.
Años después pude leer en las páginas de ‘Gol de Venezuela’ más detalles sobre aquel partido que formó parte, durante casi toda mi juventud, de los gritos esporádicos pero emocionantes que dábamos los que amamos a la Vinotinto.